Productividad: de la cultura presencialista a la cultura de valores

Nuestro país se encuentra en cotas bajas de productividad en relación con la cantidad de horas trabajadas.

La productividad no depende de la cantidad de horas dedicadas al trabajo sino de la calidad

Un buen profesional no es aquel que suma horas sino valor a la organización. Perder el tiempo en la oficina mirando el ordenador o “calentando la silla” puede terminar imperante como un rasgo de la cultura de la organización, y es que muchas empresas aún hoy siguen manteniendo una cultura presencialista, en la que se priorizan los sistemas de control, se premia el alargamiento de la jornada, a pesar de ser improductivo, y la implicación de la persona se mide en función del número de horas que “pasa” en su lugar de trabajo.

Algunos de los síntomas de que nuestra organización sufre esta cultura pueden ser:

  • la falta de eficiencia y rapidez, que se observa en un ritmo de trabajo mucho más lento de lo que sería esperable, con pérdidas de tiempo y retraso en la entrega de trabajos
  • el absentismo presencial, que se caracteriza por estar en el lugar de trabajo dedicándose a asuntos ajenos al trabajo
  • falta de iniciativa y concentración; conflictos internos ocasionados por estar más pendientes de la hora a la que se van los compañeros, por ejemplo; entre muchos otros

Cambiar estos hábitos e implementar medidas que deriven en una mayor productividad y aportación de valor no es tarea fácil pero es posible si desde dirección estamos dispuestos a cambiar

Buenas prácticas para mejorar la productividad

  • Flexibilidad horaria y compactación de la jornada. Adaptar las necesidades productivas con las de las personas trabajadoras permite programar la jornada laboral para trabajar de manera intensa y eficiente, y obtener a cambio un equilibrio entre la ámbito profesional y personal.
  • Formación. Formación en relación a una mejor planificación y gestión del tiempo para desarrollar las competencias orientadas al buen uso del tiempo.
  • Dirección por objetivos. Introducir sistemas de organización del trabajo más flexibles y ligados a objetivos / resultados. Implica cambiar el foco del control horario en el establecimiento de objetivos acordados con los trabajadores, incentivando los resultados y la autogestión.
  • Optimizar la tecnología. Vivimos en una sociedad hiperconectada que permite opciones como el teletrabajo, medida que debe valorarse en aquellas posiciones que por su naturaleza y objetivos no estén tan condicionadas a un horario o lugar físico; reuniones por videoconferencia como herramienta para evitar pérdidas de tiempo en desplazamientos, son algunos ejemplos para aprovechar las herramientas tecnológicas que tenemos a nuestra disposición.
  • Comunicación bidireccional y transparencia. Comunicar al equipo los planteamientos estratégicos y prioridades de la empresa, permite conocer dónde estamos ya dónde vamos, y fomenta la implicación en las acciones a emprender, trabajando en equipo para alcanzar las metas propuestas y facilitando la gestión del cambio.
  • Confianza. Superar las dificultades de la desconfianza en el equipo y relajar los sistemas de control. Las personas que trabajan en un entorno de confianza valoran precisamente que se deposite la confianza en ellos, y están más predispuestas a asumir responsabilidades y orientarse a los objetivos, poniendo su talento a disposición de la empresa y aportando valor añadido en lo que hace.

Generar una cultura corporativa fuerte, potente y consistente, basada en la confianza, la autorrealización y el entusiasmo, engancha y compromete a los trabajadores. Es una inversión en la felicidad de todo el equipo.

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